OPINIÓN Carlos Alberto Torino 01 de junio de 2024

Nora Cortiñas siempre será eterna

Nora Cortiñas o Norita, a secas, vivió 94 años. Suficiente para vivir y dejarse morir en vida y volver a empezar y seguir viviendo y luchando. Psicóloga Social, su vida fue un antes y un después desde el 15 de abril de 1977 cuando su hijo Gustavo, un militante peronista de la rama de Montoneros, desapareció en Castelar. Simplemente y desesperantemente se esfumó de la faz de la tierra en manos de los grupos de tareas que pululaban las ciudades argentinas, sobretodo las del Gran Buenos Aires, en busca de “elementos subversivos” que peleaban contra esa Argentina “derecha, humana y cristiana” de una Junta Militar, bien servil del poder económico que amparó el latrocinio.

Foto SomosTelam
Nora Cortiñas será por y para siempre la Madre de las Madres, de esa plaza de Mayo que eternamente sentirá el peso de sus pies militantes. Norita, como fue conocida por el mundo entero después de sus 47años, era una señora que trabajaba en la alta costura y estaba completamente alejada de las cuestiones estatales y partidarias. Solo vivía para su familia, conformada por un esposo machista que no veía con buenos ojos su labor diaria de costurera y dos hijos varones: Carlos Gustavo y Marcelo.
Su hijo mayor -al cual lo llamaba por su segundo nombre, Gustavo-  estudiaba en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y era un militante de la JP. Tanto estaba al lado de los desposeídos que en sus primeros tiempos militantes, se había acercado al padre Mugica para trabajar en la Villa 31. Con el cura generó tal vínculo que el 11 de mayo de 1974, justo cuando cumplía sus 22 años y el sacerdote fue acribillado por la Triple A, Gustavo –dijeron quienes lo conocieron- pasó uno de sus peores días de cumpleaños. Ese hecho asesino alertó a Norita que lo peor siempre rondaba la casa y la vida de los habitantes de esta nación.
La historia de la tragedia de Nora Cortiñas comenzó en la terminal del Mar del Tuyú cuando, luego de concluir la Semana Santa de 1977, se despidió de Gustavo,  de Ana –su nuera-  y de su nieto, Damián. Los chicos debían regresar, mientras que los padres se quedaban unos días más a disfrutar de la costa. Lo cierto, lo triste ocurrió una mañana de abril cuando Gustavo salió, como todos los días, rumbo a su trabajo. Nunca llegó. Con el tiempo, se supo que lo chuparon desde la estación Castelar. Ya padecida la patota de secuestros, Nora empezó a recorrer lugares para dar con el paradero de su hijo. Fue a la catedral de Morón, después a la comisaría. Allí una empleada, en su honesta brutalidad, le preguntó por la dirección de la casa y no tuvo empacho en decirle que ese día, en esa hora y en ese barrio había una zona liberada.
Con todos los temores y las angustias, Norita se acercó a la Plaza de Mayo. Junto a su marido fueron a dar vueltas a la plaza, al lado de otras mujeres. Ni la patota trasnochada de la policía bonaerense   que desapareció con el secuestro a la fundadora de Madres de Plaza de Mayo: Azucena Villafor; pudo con el sentido de lucha que siempre desplegó Norita.  Nunca cegó en la desesperanza que, a 35 años dela desaparición de Gustavo presentó un habeas corpus. Hubo una audiencia, hubo un juez quien le preguntó por qué hacía lo que hacía. Norita contestó lo que su sentir de mamá le indicó. “Porque antes de morirme quiero saber qué pasó con Gustavo” le dijo al magistrado.
Norita rápidamente supo de qué iba eso de dar vuelta a la pirámide de mayo en plena plaza y ante la mirada inquisitoria de los represores o de la sociedad aún narcotizada que creía en la propaganda militar. Como buena entendedora, necesitó pocas palabras para comprender de qué lado había que ponerse en la política. Fue feminista, se acercó a las diversidades y puso su cuerpo y su voz ante cada despido de un laburante o algún damnificado por alguna represión.
“Cuando era niña soñaba con princesas, soñaba con llevar a mis hijos a la calesita. No era una revolucionaria como ahora”, solía recordar de lo que esperaba de la vida y constatarlo con lo que realmente fue. Su imagen más icónica fue la del pañuelo sobre su cabeza. No por nada era considerada la Madre de las Madres. Miembro de la Línea Fundadora, Norita nunca fue complaciente con el poder de turno. Hasta con el kirchnerismo marcó una distancia. No desentonó en su agradecimiento y reapertura de los juicios por los crímenes del terrorismo de estado. Pero también tuvo la convicción de cuestionar las desigualdades sociales o la responsabilidad estatal en crímenes como el de Luciano Arruga.
Promovió una marcha conjunta con la izquierda y los grupos de Derechos Humanos, que se alejaron la unitaria movilización del 24 de marzo. Ya en tiempos libertarios bregó para que todes dispusieran lo mejor del espíritu colaborativo y hacer una sola columna. No tuvo éxito pero debe quedar muy en claro: Nora Cortiñas fue desde el minuto cero del nuevo neoliberalismo un opositor a esta juntada derechosa. Tuvo la firmeza para transmitir un último mensaje en unas de sus últimas entrevistas.
“Hay tiempo para reponerse al cambio. Nosotras no vamos a bajar los brazos y vamos a levantar la bandera de lucha de nuestros 30 mil detenidos desparecidos. Creo que vamos a salir adelante”, dijo Norita con el mismo convencimiento que la hizo un mito viviente y desde este jueves una Nora eterna, que ya en las alturas siempre alentará a esta patria para que no cese en su credo de emancipación. 

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