Juan Manuel Urtubey irrumpió la tarde del miércoles con un video cuasi lacrimógeno, que lo muestra renunciante. Digamos todo: despechado una vez más por un socio político. Es la segunda vez que le pasa lo mismo. En 2019, ya había probado la amarga medicina del sinsabor de la real politik. Su sociedad con Roberto Lavagna y Sergio Massa se disolvió, ya que el maldito cristinismo le ofrecía al ahora ministro de Economía un lugar mejor en el poder bajo la a promesa de “volver mejores”.

Urtubey, que supo venderse bien como un gobernador peronista de buenos modales y con pretensiones de superar la grieta, no pudo superar el camino recorrido por su ahora socio, el gobernador cordobés Juan Schiaretti. Es que el mandamás del grupete que se juntaba a comer asado en la casa bonaerense del exmandatario salteño, se dejó seducir por el proyecto de ampliación que tiene Horacio Rodríguez Larreta para el espacio político que hasta ahora se conoce como Juntos por el Cambio.

“Nunca creí en juntarse en contra de alguien. Creo que tenemos que juntarnos en favor de algo bueno”, dijo el ex prometedor joven norteño. Dicho sea de paso, Urtubey siempre buscó armarse contra el kirchnerismo.

Advertencia al lector, lectora, desprevenida. Urtubey no llega de ninguna galaxia apolítica, ni mucho menos de ninguna liga de superhéroes. Llegó al poder siendo hijo del poder. Es casta pura. Su padre fue presidente de la Corte de Justicia de Salta y su familia tiene múltiples intereses económicos, que es sabido sin vínculos políticos se evaporan en el aire. Urtubey explota su imagen jovial y pibe de barrio bien, pero formó parte de la generación preparada para asumir el poder político. De hecho, fue el sucesor de Juan Carlos Romero y fue tres veces como mandatario. Nunca se escuchó desde sus convicciones, siquiera cuestionar las reelecciones en el poder ejecutivo.

Urtubey es clase política y viene de ella. Sobrino de Julio Mera Figueroa, fue funcionario de Eduardo Duhalde en Provincia de Buenos Aires, luego siguió con Romero y desde el 99 no paró de elección en elección. Fue diputado provincial dos años y luego repitió dos veces como legislador nacional y tres periodos como gobernador, hasta que se hizo a un costado para construir su carrera presidencial, con la que nunca pudo despegar. Acaso, por ello, aseveró que no necesita ningún cargo porque considera que la política “debe volver a representar al pueblo”.

En realidad, está enojado por la maniobra de Schiaretti, de animarse con el larretismo. Apeló a su pertenencia peronista para defenestrar a su ahora ex compinche. “No voy a tomar caminos que alejen al país que necesitan los argentinos”, enfatizó mirando fijo a la cámara, en un vídeo prácticamente editado para redes sociales, que dejaba ver un fondo campechano, aunque con vestimenta no tan gauchesca que digamos.

 

“No voy a participar como candidato” , fueron las primeras palabras de su segunda bajada de un proyecto que lo hizo soñar con la Casa Rosada. La tarde del martes ni se inmutó por la flamante viudez del salteño. Las editoriales y el aire catódico estaban más interesados en el futuro club de Messi que en una renuncia que no duele a nadie más que al propio renunciante. Muy probablemente sea el tiempo en que Urtubey transforme esa suerte esquiva en las ligas mayores de la política argentina por aplausos como asador.