OPINIÓN Carlos Alberto Torino (*) 11 de septiembre de 2021

11 de Septiembre, Sarmiento, Salvador Allende y las Torres Gemelas

El 11 de septiembre quedó marcado para el imaginario mundial como el día del acto terrorista contra símbolos del poder militar y económico de EE.UU: el Pentágono y las Torres Gemelas. Cómo será tal la fuerza de este hecho que el tradicional festejo por el Día del Maestro recién se pudo recuperar mediáticamente, al menos, a través de estos largos veinte años en que el nuevo siglo vino con un cambio brutal.

Pero ni antes ni después, ni ahora, el 11 de septiembre jamás ocupó en el imaginario social sudamericano, el cruento y el luctuoso golpe de estado en Chile a cargo del general Augusto Pinochet, al cual la dignidad de Salvador Allende no le permitió la foto de salida por la ventana de un presidente constitucional. El suicidio del líder izquierdista en el mismísimo despacho de presidente fue un tiro que permaneció siempre como la deslegitimación de facto, tal cual fue el gobierno de “Pinocho”, como la popular trasandina lo empezó a nombrar sea por simpatía, sea por desprecio.
El Chile de entonces tenía una tradición democrática mucho más sólida que la Argentina, al punto tal que sólo sufrió dos breves interrupciones militares en su vida institucional iniciada allá por el 1827. Aunque cabe señalar que como hijos directos del colonialismo español, en Chile, como cualquier país del cono sur del subcontinente, no era un reservorio de monjas de clausura porque a lo largo de su historia hubo varias escaramuzas e intentos de apoderarse del poder por parte de militares y civiles dispuestos a destronar al oponente. La diferencia estriba sólo con que esas intenciones terminaron en fracaso a lo largo de la historia chilena. Menos, claro está, la de los generales con Augusto Pinochet al mando, que horas antes le juraba y perjuraba su fidelidad al entonces presidente.
No obstante, con motivo de aventar cualquier idealización romántica del lado izquierdo de la política, que por estos lares son bastantes frecuentes los deseos revolucionarios de levantar monolitos a espasmos siquiera reformistas, bien hay que señalar que Salvador Allende no tuvo rosas rojas en su vía al socialismo. Apenas un año después de entronar la experiencia socialista, el propio Fidel Castro en su visita al país dijo, ante una multitud en el Estadio Nacional, “no estar seguro del singular proceso que el pueblo chileno esté aprendiendo y fortaleciéndose más rápidamente que los reaccionarios”. 
La unidad popular de Salvador Allende en diciembre de 1971 contaba con el apoyo de Cuba, nada más. A esa altura ya había desabastecimiento de azúcar en el país del “cobre y mineral”. La CÍA leyó este conflicto político, social y económico y empezó a operar, a pesar de fallar en su intento de impedir el acceso Allende al poder. Su libido imperial no cesó en su intento de dar el gran golpe. Para colmo de males la sociedad chilena estaba polarizada y el flamante mandatario no tenía una mayoría de la opinión pública. A pesar de aumentar el salario, el congelamiento de los precios, acelerar la reforma agraria y nacionalizar la minería del cobre, Salvador Allende no pudo evitar su camino heroico. No pudo evitar accionar el disparo para que su cuerpo sea un suicidio.  En términos políticos, ahí aparece el héroe porque le dejó al régimen su muerte como un karma aunque capitalismo, autoritarismo, aristocracia se llevan de la mano y poco les importó el reguero de pólvora de esos días. Es dable decir que le importó mucho menos el reguero de sangre con que inundó su represión los años subsiguientes a esa muerte digna de un mandatario que fue avasallado por la prepotencia de un poder militar aupado por EE.UU. Allende era el símbolo, también, del escarmiento para cualquier experiencia con una praxis de igualdad en el patio trasero cuando la marea roja de esos años de Guerra Fría era un peligro para Washington.
En esta segunda década del nuevo milenio, ya se paralizan los relojes a la hora precisa de le explosión del corazón del sistema capitalista. El 11 de Septiembre quedó como el atentado a las Torres Gemelas. No importa que la locura del presidente norteamericano y su complejo militar hayan movilizado a toda su flota hacia ignotas geografías para buscar hasta el entonces terrorista financiado por ellos mismos. Afganistán, por estos días, bien hizo recordar esa supuesta epopeya para poner seguridad al llamado mundo libre, que no son más que sus negocios y quienes los manejan alrededor del orbe.
Por estos lados se mantiene esa cosa curiosa de festejar una muerte. No se debe olvidar que el 11 de Septiembre, falleció Sarmiento. No revivió. De todas formas, su conmemoración parece destinada a una foto en los actos escolares, un himno y un recitar de algunas palabras suyas para decir que en Educación todo está mal.
En Sudamérica el 11 de Septiembre debe y merece recordar el Golpe de Estado porque desde esa memoria Salvador Allende nos inyecta el optimismo, la fuerza necesaria y suficiente para no olvidar la siniestralidad de un régimen, símil a otros en el Cono Sur. 
Allende deja la esperanza y esas ganas del derecho de vivir, tal como cantara Víctor Jara. Allende ofrece un legado que para que la lucha de los pueblos mantenga este canto de esperanza: “Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
(*) Periodista, desde Córdoba

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