Benedicto XVI y la sonrisa de Dios

Pensaba en esto de la ironía de Dios, cuando Benedicto XVI salió con aquella sorpresa de la renuncia. El mundo quedó atónito, la iglesia confundida, los cardenales con la presión alta. Y ahora, ¿qué hacemos? Imagino a toda la curia romana y los canonistas pensando cómo proceder sin protocolos para una renuncia de esa magnitud. Un gol de media cancha, que dejó minutos de silencio a escala mundial, una verdadera bomba en el seno de la Iglesia.

OPINIÓN04 de enero de 2023 Lic. Felipe Hipólito Medina
benedicto xvi fallecio
Después de una larga agonía, anunciaban la muerte del papa Juan Pablo II, tras un extenso pontificado que duró casi 27 años. Papa fuerte, Iglesia débil. Podríamos escribir ríos de tinta sobre la grandeza del pontífice polaco, y de hecho se escribieron; su personalidad y el tiempo que duró su ministerio petrino, dejó muchos candidatos a la sede de Pedro, en el camino. Ante su muerte,  la Iglesia se debatía en profundos conflictos internos,  el centralismo romano, exacerbado durante dos décadas, la presión de muchos movimientos nuevos que oficiaban como comisarios de Roma,  en las diócesis del mundo, los cuales,  detentaban mayor poder que los mismos obispos titulares. Había que redefinir los destinos de la Iglesia Católica. Los sectores más centralistas y conservadores, en una sutil resistencia al Concilio Vaticano II, querían un retorno a la iglesia preconciliar; mientras los sobrevivientes a los duros temporales del postconcilio, sobre todo los herederos del Pacto de las Catacumbas, de tendencia más progresistas, aspiraban a consagrar un papa que aplique el Vaticano II con total fidelidad. La división estaba planteada y un aire de desobediencia y pérdida del sentido sagrado de la autoridad sobrevolaba en los ámbitos eclesiásticos.
Pablo VI, en plena época del postconcilio, refiriéndose a la situación de la Iglesia de 1972, afirmó que tenía la sensación de que «por alguna grieta ha entrado el humo de Satanás en el templo de Dios». «Hay duda, incertidumbre, problemas, inquietud, insatisfacción, confrontación. Ya no confiamos en la Iglesia; confiamos en el primer profeta profano que viene a hablarnos de algún periódico o de algún movimiento social para perseguirlo y preguntarle si tiene la fórmula de la verdadera vida», añadió el Santo Padre.
juan pablo segundo
Juan Pablo II reafirmó la centralidad de Cristo, la respuesta de Dios al clamor humano, y les instó en el primer discurso como Papa, “Abran las puertas a Cristo, no tengan miedo, abran las puertas de par en par”
Con estos antecedentes, los cardenales evaluaban la elección del nuevo Papa en el año 2005. Ratzinger era visto como un continuador y conservador de la obra de Wojtyla y el ala más de avanzada proponía al icónico cardenal Carlo María Martini; surgieron papables como el Cardenal Scola referente del movimiento Comunión y Liberación, el Cardenal Marc Oullett, de origen canadiense, y otros nombres de hombres famosos que se forjaron junto a Juan Pablo II y al Cardenal Ratzinger. Fue, según la prensa y comentarios curiales extraoficiales, el Cardenal Martini quien propuso en ese entonces, al sexagenario Cardenal Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Jorge Bergoglio, para muchos aún desconocido. Y fue el mismo Bergoglio quien pidió que lo votaran al Cardenal Ratzinger como Papa en el 2005.
Joseph Ratzinger era considerado como el rottweiler de Dios por la firmeza en la defensa de la doctrina y el hombre más cercano a Juan Pablo II. Fue consagrado Obispo de Roma y Sumo Pontífice de la Iglesia Católica en abril del año 2005, en una elección breve y consensuada.
Benedicto XVI elogió como nombre para su ministerio papal, recordando al Papa Benedicto XV, un hombre que transitó el inicio de la primera guerra mundial con serenidad, llamando insistentemente a la paz mundial. Benedicto XVI consideraba que el mundo había claudicado a los valores judeo-cristianos que definía al occidente, y era necesario, primero reorganizar a la Iglesia desde dentro, por ello también relacionaban su nombre al gran santo Benito de Nursia, el monje que cristianizó a través de la vida monacal el mundo occidental y fueron los guardianes de la cultura y el arte. Una vez organizada la Iglesia debían salir a cristianizar el mundo.  Fueron notables y vanos los intentos del papa Benedicto XVI por de afianzar la presencia de Dios y la Iglesia como una característica insoslayable de la Comunidad Económica Europea, su origen cristiano y evangélico. El eje del pontificado de Ratzinger fue el amor de Dios manifestado en Jesucristo. Sus documentos muestran desde la fe y la razón, la fuerza explosiva del amor de Dios al hombre en el mundo. Durante el Concilio Vaticano II, mostró su gran apertura teológica, la necesidad de recuperar la identidad cristiana, el sello del amor infinito de Dios en Cristo, y desde allí realizar la gran revolución del amor de Dios en el mundo, que después, siendo Papa, confiará como tarea a los jóvenes en el encuentro mundial de Colonia en el 2005.  Fue el Papa del Amor. No fue conservador ni progresista, fue un hombre de la teología pensada, sentida y vivida en el marco ineludible de la Iglesia.
Tenía una gran intuición para detectar las herejías modernas y las viejas herejías que revivían en algunas equivocadas concepciones de la tilinguería eclesiástica. No podemos dejar de mencionar que la decadencia cultural de occidente, que afectó a tantas instituciones, universidades, escuelas, organizaciones educativas de alto vuelo, no dejó escapar a la misma estructura de formación eclesiástica, donde todo se tocaba de oído. Crisis violenta que contaminó silenciosamente el corazón de la Iglesia. Benedicto XVI marcó un estilo que pocos, aun pretendiéndose intérpretes de su doctrina filosófico-teológica, lograron entender.
Su renuncia no fue un acto de cobardía, ni fruto de la presión ejercida por los curiales, fue un fruto maduro de amor a la Iglesia. Por amor, dejaba el ministerio petrino a quien pudiera continuar como timonel en la barca de Pedro. Estaba agobiado, escandalizado, pero profundamente esperanzado, que quien siguiera llevaría la nave a buen puerto.  
La ironía no es algo negativo, no es sarcasmo. La ironía es un mecanismo literario muy importante, es decir, una estrategia o forma de expresar algo en la historia. Toda la historia de la salvación está plasmada de ironía divina. La ironía cambia nuestras expectativas, las invierte, de manera que crea resoluciones inesperadas al final de una historia que nos puede hacer reír o llorar, que nunca nos deja indiferentes. Pensaba en esto de la ironía de Dios, cuando Benedicto XVI salió con aquella sorpresa de la renuncia. El mundo quedó atónito, la iglesia confundida, los cardenales con la presión alta. Y ahora, ¿qué hacemos? Imagino a toda la curia romana y los canonistas pensando cómo proceder sin protocolos para una renuncia de esa magnitud.  Un gol de media cancha, que dejó minutos de silencio a escala mundial, una verdadera bomba en el seno de la Iglesia.
La sagrada escritura muestra muchas historias donde el hombre cree saber lo que Dios quiere y se erige a sí mismo como referente de Dios, con una respuesta lógica frente a un problema. Dios responde diferente, en el decir paulino, en la Primera Carta a los Corintios, capítulo 1, "Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios."  En el libro del Éxodo se muestra cómo Dios cuidaba de su pueblo y tiraba abajo todas las estrategias de faraón para someter al pueblo elegido, “cuanto más los oprimían, más se multiplicaban y más se extendían, de manera que los egipcios llegaron a temer a los hijos de Israel”. En este texto podemos ver la ironía de Dios. En la historia de la iglesia también, a través de los siglos, podemos ver como la lógica de Dios no es igual que la lógica de los hombres. Dios suscitó un gran padre de la fe, en el hombre de las dudas y de vida desordenada. San Agustín dejó a Dios trabajar en su persona, buscó la verdad con humildad, y en él Dios nos regaló un gran Pastor. En el siglo XIII, apareció en medio de una iglesia viciada de opulencia y mundanidad una persona rica, consagrada a Dios. El hombre de una entrega radical a Jesucristo, una entrega en la pobreza absoluta despojado de todo, hasta de su ropa, San Francisco de Asís. Una bofetada para la poderosa iglesia medieval. Dios no lo llamó porque era rico o pobre, lo eligió porque estaba loco de amor y por ello, fue capaz de romper las ridículas leyes de una estructura que se avejentaba presurosamente. Dios, en Francisco de Asís esbozó una sonrisa de fina ironía para la iglesia de su tiempo. Más adelante, en el siglo XVIII y XIX, con los aires de la revolución francesa, con la fuerza del iluminismo y la ilustración, con una sociedad que entronizó a la diosa razón en Notre Dame, Dios suscitó un santo que será considerado sabio y consejero de su época, san Juan María Vianney, quien fue un hombre duro de entender tanta teología y solo pudo conocer el latín de la misa, pero tenía una vida interior enorme, llamada amor para enfrentar los desafíos de su vida y su ministerio. Otra ironía de Dios.
El valor de Maximiliano Kolbe, de Ana Frank y de tantos mártires cristianos y no cristianos mostraron que amor de Dios no iba, en el siglo XX, por el antisemitismo y el odio racial, en una guerra sin razón que todos queremos olvidar.
Y, para guiar a su Iglesia como Santo Padre, en el 2005, eligió un hombre que caminó la vida, conoció el amor al prójimo y el odio de las guerras, que tuvo el coraje de desertar del ejército nazi, Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, quien tuvo la fuerza suficiente para decir, “quiero servir desde la oración a la iglesia que amo y no desde el poder”. Una iglesia lastimada y herida por la traición desde adentro. Dios le pidió servir desde la oración, la reflexión y el silencio. No se aferró al poder, como muchos hubiesen deseado.
Éste es el legado de Benedicto XVI: el amor revolucionario a Jesús y a su Iglesia, que lo llevó a romper las reglas y cambiar algunas tradiciones. Tal vez, en el futuro no muy lejano, podamos ver convivir algunos papas eméritos y la Iglesia guiada por el Espíritu Santo, en un pastor bueno y valiente, que camine junto a sus fieles, con la misma fuerza que el más débil del rebaño. Con vocación de servicio, porque el poder es servicio. Sin miedos a que Dios se enoje, pues Dios no se enoja, Dios es divertido e irónico, puro amor y fortaleza. El Papa Emérito fue un pastor transparente, sereno y alegre.  Más allá de todas las anécdotas que recuerdan de Benedicto XVI, deberíamos releer sus escritos y comprender que su pontificado fue una fuerte lección de Dios a su Iglesia, que debe dejar de lado las rencillas y volver al Evangelio de Cristo, cuyo mensaje esencial es el amor, ya que Deus Cáritas est, Dios es Amor.
Con la renuncia de Benedicto XVI, Dios mostró su delicada ironía y una risa de Padre amoroso hacia su Iglesia, donde algunos miembros pretendían utilizar la figura de un hombre sabio y sencillo para mantener una miserable cuota de poder que les permitiría beneficiarse corruptamente. Su partida tira por tierra cualquier especulación sobre la legitimidad del Papa Francisco. Otro hombre elegido de la periferia para sanar las heridas de una Iglesia, que pretende ser pobre para los pobres.
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