Para la actualidad informativa, César Isella fue el hombre que empoderó la carrera de Soledad, pero precisamente la entonces niña de Arequito tuvo su primera vez en Cosquín gracias a los buenos oficios del folclorista ya consagrado a nivel tótem. Esto no es exageración sino un cumplido para quien hizo el himno latinoamericano y participó en la grabación de la excepcional Misa Criolla de Ariel Ramírez. Una obra de alcance global que rescata la esencia folclórica argentina y el espíritu de la liturgia católica. Isella y su voz líder en la versión original estuvieron ahí.
Canción con Todos fue abrazada por la propia UNESCO para considerarla un verdadero himno del ser latinoamericano, mucho más criollo y originario que blanco piamontés o de la Galicia de la “Madre Patria”. La Misa Criolla fue una obra que le dio prestigio y reconocimiento a la música argentina. No por casualidad, después Europa le abrió los brazos y los oídos a la fauna musical de estos lares: Mercedes Sosa, Jairo, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, Eduardo Falú, el Cuchi Leguizamón, Atahualpa Yupanqui pasearon por el Viejo Continente y dieron cátedra y se convirtieron en referencia obligada para quienes proponían acercarse a la cultura de este país del Cono Sur.
La historia dice que César Isella llegó al mundo en 1938, un 20 de octubre donde supo ser cobijado en los brazos de su abuela guitarrera para formatearlo desde lactante con los sonidos musicales. De pequeño, creyó tocar el cielo con las manos cuando a los 5 o 7 años, según quien sea el biógrafo, partió en una gira provincial con el entonces famoso Hollywood Park. A los diez, durante unas vacaciones escolares en Mar del Plata, le cantó una zamba a la mismísima Evita.
Ese asfalto de cantor tuvo su primera estación: Los Fronterizos. Allí asumió el reemplazo de Carlos Barbarán y con el fundador del grupo, Gerardo López, unieron sus voces y marcaron un particular estilo. Como salteño, en esos años, era imposible no dedicarse siquiera a esbozar algunas rimas y estrofas. De su pluma, el fundacional cuarterto cantó y grabó cinco canciones en el álbum Hechizo, de 1962, que luego engrosaría su autoría en 250 obras. Su inquietud, ese año, lo llevó a estar en el día correcto, con las personas adecuadas y en el fogón preciso. Mientras se cimentaba la popularidad de Los Fronterizos,
Isella asistió a una reunión donde se congregaron al mismo tiempo Armando Tejada Gómez, Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa y Oscar Mathus. O sea, el mismísimo Movimiento Nuevo Cancionero. Quedó flasheado por ese folclore que se estructuraba diferente tanto en la música como en la poesía. Fue el principio del fin de ser fronterizo. Corrió con los muchachos unos años más, pero al cumplir diez calendarios con el grupo, armó su destino solista.
Camino propio
Eran tiempos bravos, donde el autoritarismo reinaba y el partido militar tenía incidencia en la vida del país. Ante cualquier “desviación del orden sugerido” venían los sables y el cierre del Congreso. Frondizi e Illia, sobre todo, lo vivieron en carne propia y allí estaban estos músicos poniendo letras a la protesta social.
Precalentando, hizo un disco con composiciones de Hamlet Quintana, por ejemplo. A ese calor que tenían las brasas vivas del Cordobazo, Isella creó Canción Con Todos que cierra su parábola por esa época 69/76 con la obra conceptual Juanito Laguna, basada en el niño pintado por Antonio Berni, donde reitera su vocación por juntarse con un seleccionado creativo: la música y las letras corrían desde las venas de Astor Piazzola, Horacio Ferrer, Yupanqui, el Cuchi, Manuel J. Castilla, Tejada Gómez, Falú y Jaime Dávalos.
Cuando el Proceso, las botas vinieron directamente con la sangre puesta y fue prohibido, como correspondía a un artista de su nivel, y también sufrió el secuestro durante el Mundial ‘78. Zafó y se fue a España y volvió con la restauración democrática. Los jóvenes de esa época (entre los cuales se cuenta este cronista) devoraban en las disquerías el vivo en Obras de Isella con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Hizo un Luna Park con Horacio Guaraní, volvió en el ‘84 a Cosquín y al mítico escenario del boxeo lo atestó de jóvenes y no tantos cuando se juntó con Víctor Heredia y el Cuarteto Zupay, para cantar la poesía musicalizada de María Elena Walsh y Pablo Neruda. Fueron verdaderos hitos multitudinarios esos conciertos posdictadura, un fenómeno que nunca se repetiría.
Soledad, Luciano y otros
Desde la Peña Oficial de Cosquín procuró dar espacio a las jóvenes formaciones que venían desde todo el país. Así no tan solo surgió Soledad, sino que Luciano Pereyra, Los Tekis, entre otros, son candidatos al agradecimiento post mortem de estas horas. Su relación con el “Tifón de Arequito” terminó en los tribunales, en una disputa legal por incumplimiento de contrato. La opinión pública debiera conocer que los fallos judiciales le dieron la razón al folclorista. En siete años de crecer con el fenómeno, Isella reclamó un dinero que creía que le correspondía. Lo creyó también la justicia. “Cinco jueces tuvieron que decirle que me pague”, exclamaba, al tiempo que con sabiduría que solo dan los años, decía, como al pasar, que “la fama trae murmullos a la oreja”.
En el nuevo siglo tuvo tiempo de lanzar su disco 50 años de Poesías, y hace un par de años, celebró sus 60 años con la música. Le alcanzó el tiempo para ser vicepresidente de SADAIC, director del Teatro San Martín de la Capital Federal y en 2012 el reconocimiento le llegó con el nombramiento de Embajador de la Música Popular Latinoamericana.
César Isella, el hombre de la Canción con Todos, puede decir en las alturas que se las cantó a dos generaciones de presidentes: Frei padre y Frei Hijo. Dejó para siempre esa imagen de “Chile cobre y mineral y un verde Brasil y el rostro de Bolivia, estaño y soledad”.
Esa poesía necesitaba la voz de Isella, que a sus 82 años vociferaba por una estética folclórica sin prescindir de los Cuchi, los Castilla o los Tejada Gómez. Su voz la hacía sonar cuando se amoldaba a las nuevas realidades y se entusiasmaba con las “fiestas de la democracia que podemos construir”. Crítico del otro comandante rebelde, Daniel Ortega, no escatimaba su disidencia con Chávez y Correa.
El final del camino de la vida de este trotamundos, abre una retrospectiva en la cual se puede ver a la Argentina misma. Con su voz y con su guitarra supo tomar el pulso a la situación social pero antes de este salto, hubo un artista interesado por los acordes y por la poesía. Su trascendencia está en esa búsqueda. Hasta Siempre.