Fernando Martín Gómez tenía por costumbre levantarse todos los días hábiles a las cinco de la mañana, prender el fuego y dejarle el mate hecho para su familia. Una forma de cariño indiferente de muchos padres celosos de no mostrarse sentimental y descuidar la autoridad. Pero el martes último, rompió esa costumbre y decidió salir por la tarde, a eso de las 17, para ir a trabajar de chanchero, a pasar hojas de coca. Las mismas hojas de coca que luego se venden en bolsitas de plásticos, legalmente, en quioscos de todas las ciudades de la provincia, y cuyo consumo tiene tanta amplitud que no sabe de distinción social.
¡Qué raro! En la frontera transportar hojas de coca es delito, pero su comercio y consumo en las ciudades es totalmente legal. El coqueo no es un consumo de moda, sino una costumbre ancestral, que sin leyes ni ceremonias oficiales, transita de generación en generación en la vida de los salteños como un mandato divino. Antes la consumían en reemplazo de alimentos, hoy es inevitable en todo tipo de fiestas y el como el pan de cada día.
Gómez, a quien los amigos también llamaban Pelao, se despidió como con rapidez y descuido de su compañera, y partió en busca de unos pesos, sin saber que nunca más transitaría por su casa ni las calles del barrios.
A la tres de la madrugada, una descarga de balazos de gomas en el pecho lo dejaron tendido en medio de los yuyos al lado de un "tambo" de 40 kilos de hojas de coca que buscaba pasar para Orán. No tenía armas de grueso calibre como con las que se ufanaba el Gringo Palavecino, en filmaciones conocidas en la justicia federal. Tampoco tenía droga. Fue un crimen en manos de las fuerzas federales.
"¡Pelao, no puede ser, culiau, cómo te van a matar, una vida no vale 40 kilos de coca, culiau!", sollozaba un amigo al lado del cuerpo tieso de quien fue un compañero de aventuras fronterizas, dónde la coca reemplaza la comida ayuda a estirar el aguante hasta el regreso a casa.
Inmediatamente, fueron a buscar a su compañera, para que lo reconociera. "Me avisó mi cuñada, ella es campanera en la ruta, y estaba trabajando anoche", cuenta Sandra que fue acompañada por su concuñada. Y las recibieron gendarmes bien machotes, que a cada rato las amenazaban con golpearlas si insistían con ver el cadáver de Fernando Martín Gómez. Y pudo más la prepotencia. No pudieron ver el cadáver.
El miércoles, ya por la tarde, por la tarde, Sandra, la esposa/viuda y su concuñada Gabriela, buscaron mitigar el dolor poniéndole todo empeño en preparar lo que más tarde sería la sala velatoria para el último adiós a su compañero, al padre de sus tres hijos. Una galería desvencijada, piso de tierra recién regada y cuidadosamente barrida; techo de chapas de zinc, sostenido precariamente por cañas huecas y tablitas.
La casa donde vivía Fernando Martín Gómez es por demás precaria, y está conformada por piezas de maderas (algo típico de familias pobres en Orán y alrededores) unas al lado de otras, apenas divididas por centímetros, lo suficiente como para distinguir la pertenencia de sus moradores, que a su vez conforman una gran familia mayor. En esa casa viven al menos 12 personas. Una media de integrantes de las familias del barrio.
"La ministra dice que mi marido era narcotraficante, mire cómo vivimos; yo que sepa, los narcotraficantes viven en penthouses, country, chalet. Yo quisiera que muestren mi casa", le pidió Gabriela a la cronista de diario El Tribuno.
Un alto mando de Gendarmería, que disfruta en Salta de su retiro, recordó ante El Expreso de Salta, cuando en los años '90 surgían piquetes por todos lados, y un funcionario nacional le preguntó si la fuerza estaba preparada para arrasar con los delincuentes y despejar las rutas de una vez por todas. "Nosotros nos preparamos para eso y podemos ir con toda la artillería y arrasar con los piqueteros cuando usted quiera, pero ¿quién se hará cargo de los muertos del enfrentamiento? ¿Usted? Si me da una orden por escrito, no hay problemas".
El conocido ministro no volvió más a hablar del tema. "La solución no son las armas, sino la política", dice. ¿Se hará cargo Patricia Bullrich de esta muerte?
Según la Justicia Federal, todo comenzó cuando una patrulla de gendarmes interceptó un cargamento de cocaína que traía un grupo de bagalleros, que, ante la voz de alto, dejaron todo el cargamento y se dieron a la fuga.
Los bagalleros o chancheros (los que pasan coca de noche) dijieron que los gendarmes salieron a cazar a cualquiera que llevara un bulto y no dejaban pasar a nadie, violentos y prepotentes como siempre, lo que ocasionó la impensada reacción de los bagalleros. Que enardeció aún más con la muerte de Gómez, y empezaron a atacar con palos y piedras el histórico Puesto 28.
Mil 800 balas de goma, usó solamente en los enfrentamientos de la noche, según informó Gendarmería. Hubo también cuatro heridos, algunos de gravedad.
Después, a eso del mediodía, el estallido surgió en los barrios de la zona norte de la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán; el histórico Caballito, y los más nuevos 200 Viviendas y Libertad. Como en esos barrios viven muchos "trabajadores de frontera", pasadores, campaneras, chancheros, coqueros, etc. las fuerzas federales intentaron reprimir y se encontraron con una dura resistencia de los changos que obligó a los gendarmes a replegarse. Y porque, además, se habían quedado sin balas. Fueron corridos por hombres grandes, jóvenes y niños que lanzaban lo que tenían a mano, algunos llevaban retazos de chapas de zinc a modo de escudos para evitar todo el impacto de los balazos. Los changos jamás usaron armas de fuego, como dijo Bullrich.
La gente volvió a tomar la ruta 50. Entonces apareció una fiscal, la 𝑫𝒓𝒂. 𝑴𝒂𝒓í𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝑪𝒂𝒓𝒎𝒆𝒏 𝑵úñ𝒆𝒛, para convocar al diálogo, llegar a un acuerdo. Los trabajadores de frontera piden trabajar con libertad como lo vienen haciendo los últimos años: pasar hojas de coca, cigarrillos, ropas, mercaderías, etc. Pero la ministra Bullrich no acepta y por teléfono ordena a las fuerzas que despejen la ruta como sea. Por eso, el conflicto continuaba anoche. Bullrich alienta violencia sin tregua, ya no contra los narcotraficantes que quizás miraban todo por tv en sus confortables residencias, sino contra cientos de pobres que si mañana no trabajan no tienen para comer. Bullrich no entiende de pobreza sino de violencia, parece atravesar el dèjà vu de juventud cuando era comandante montonera.
¿Qué diría el General Martín Miguel de Güemes si se enterara que utilizan su nombre para apalear pobres en Orán?