Dicen los vecinos de la zona que pese a la actividad de comercial, más como servicio al vecino, que como gran negocio, esta parte de Barrio San José siempre se ha visto como olvidada, improvisada, llena de parches con rotondas que parecen nudos para el tránsito, o calles convertidas en avenidas de prepo; con un asfalto embrutecido por pozos, huellas de camiones, e increíbles "pupos" de vetuminoso que nacen por las malas obras de siempre. Los vecinos lo saben porque caminan por ahí rumbo a los almacenes, a las escuelas o algún taller buscando soluciones; o cuando salen en sus autos al centro, o ven pasar el desfile de repartidores, trabajadors en bicicletas, motos; o los vendetutti que nunca faltan empujando sus carros para avanzar en la vida; además de gente apurada que utiliza esas calles para ir vaya a saber adónde.

Ahora no hay clases, pero la actividad es intensa a ciertas horas del día, se manifiesta como hormigueo de todo un movimiento que algunos le llaman vida, menos los postes de luz, de teléfonos, cuyas empresas hacen lo que quieren, los dejan maltrechos, mal colocados, y pese a los reiterados avisos no hay autoridad en la ciudad que los haga cumplir. "En la Muni nos dicen 'avise a la empresa a ver si vienen'". "¿Pero, cómo, Uds. desde la Muni no los pueden obligar a cumplir con la ciudad?" "Nunca tanto, jefe, ellos tienen contactos, hablan con los de arriba...", se sincera el empleado municipal.

En la mañana del miércoles los avisos ven que se cae todo y alarman con la noticia. Y es verdad: este pedazo de Salta parece olvidado. No hay quien ponga orden en los árboles, que cansados de resistir tanta miseria se desploman; y los postes de luz, de pronto, de ser una solución, pasan a ser una amenaza para grandes y niños, caminantes; para los que pasan en bicicletas o en motos; para los que dejan el automóvil por un trámite o una compra.

Barrio San José nació hace más de 50 años gracias al empuje de los trabajadores, y fue la sana prueba de que con esfuerzo y sacrificio y la virtud de los ahorritos, se hacía realidad el sueño de la casa propia. En aquellos años todo se desarrolló al calor de la fe y el milagro de las manos del padre José Lira, que hizo famosa la iglesia de San José Obrero; y luego el padre Juan Shak, aquel gringo llegado de Wiskonsin, EE.UU.  Del país del individualismo y el mercadeo, él traía la lucha y la solidaridad con los obreros, y era consulta obligada para el periodismo que quería escuchar algo más que ajuste y ajuste. ¿Habrá sacado ese perfil de cura comprometido de las orillas del Michigan? Medía como dos metros, pero era más su humildad.

Después alguna mente mezquina le apegó un barrio de calles que no son calles; parecen camineras, o anchas peatonales, cuyas casas cobijan familias, por supuesto, sino ya no estaría, pero es la parte más incómoda del barrio.

Hoy barrio San José se ha vuelto un lugar de paso, y paga la consecuencias del olvido de los gobiernos. Por eso, esta mañana varias madres preocupadas llamaron para mostrar las tristes postales del miérciles, sin que nadie de la Municipalidad, Defensa civil o cómo se llame, acuda a darle una mano en el velorio de árboles y postes volteados por la dejadez oficial y el qué me importa empresario.