1º de julio, el día en que murió Perón

Hace 49 años, Juan Domingo Perón pasó a la inmortalidad. Ese día estaba lluvioso en Buenos Aires, el lugar de los hechos. Se sabía que el viejo líder era ya el Tercer Perón y que había vuelto para morir en su país y sacar de la proscripción al por entonces mayor partido político de Occidente.

NACIONALES01 de julio de 2023 Carlos Alberto Torino
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Según el parte médico, con la firma de Pedro Cossio, Jorge Taiana, Domingo Liotta y Pedro Eladio Vázquez, el teniente general Juan Domingo Perón había padecido una cardiopatia isquémica crónica con insuficiencia cardíaca, episodios de disritmia cardíaca e insuficiencia renal crónica” A las 10,25 “ se produjo un paro cardíaco del que se logró reanimarlo, para luego repetir el paro sin obtener éxito todos los medios de reanimación de que actualmente la medicina dispone. El teniente general Juan Domingo Perón falleció a las 13,15”
El país se paralizaba. A las 14.10, la CGT decretaba un cese general de actividades. Ese día no habían aparecido los diarios. Los trabajadores gráficos estaban en conflicto con las patronales periodísticas.  Eran tiempos de dos ediciones vespertinos, por lo que el país entero recién tuvo la novedad de la noticia al día siguiente. Pero casi nadie evitó llorar.
Apenas muerto, el cuerpo de Perón fue velado en la capilla de la residencia presidencial de Olivos. Al día siguiente a las ocho de la mañana, el cuerpo del occiso fue trasladado a la catedral metropolitana, donde le oficiaron una misa. Luego, el féretro fue trasladado al Congreso de la Nación, donde permaneció hasta el jueves a las 9.30. En esta parte los números vuelan, se exceden y dan paso a más mito. Mientras el cajón con semejante historia de la Argentina a cuestas va a los distintos sitios de homenaje, la multitud se agolpa en la calle y en los alrededores del velatorio. Durante las 46 horas de exposición en el Congreso Nacional, pudieron ingresar solo 135 mil personas y se quedaron sin el último adiós alrededor de un millón de personas. Fueron aproximadamente dos mil, los, periodistas extranjeros quienes informaron al mundo del deceso del líder del patio trasero de EEUU.
Despidieron al anciano líder de las masas argentinas, Carlos Menem, representando a los gobernadores, Leandro Anaya, representando a las fuerzas armadas, Ricardo Balbín, como opositor y Lorenzo Miguel, entre los más representativos.
El diálogo que estaban manteniendo Leonid Brezhnev, secretario general del partido ruso y el presidente estadounidense, Richard Nixon, se interrumpió para adherirse al duelo. El presidente brasilero, al enterarse de la noticia, decretó duelo nacional en pleno vuelo y la bandera de las Naciones Unidas lució a media asta. En cada uno de los partidos del mundial de fútbol que se jugaba en Alemania se interrumpió cada juego por un minuto para homenajear a Perón. Igual ocurrió en el mundial de básquet en Puerto Rico. En las capitales mas importantes del mundo se rezaron misa en su memoria, incluyendo la misa celebrada en la capilla privada del Vaticano.
Perón estaba muerto. Un país lo lloraba. Desde la ignota secretaria de Previsión Social, el viejo caudillo construyó su liderazgo social y político. Dos veces presidente, en 1955 tuvo que dimitir porque el partido militar ya lo quería asesinar, si hasta aviones enviaron para aniquilarlo. No pudieron con él pero sí con cientos civiles que caminaban por la plaza de Mayo y alrededores. Durante 18 años, el peronismo vivió oprimido, llegando al caso de ni siquiera pronunciar su nombre. Fueron tiempos de la proscripción y consecuentemente de la Resistencia Peronista.
Perón yacía en ese féretro, adónde la multitud conmovida lo lloraba. Nada volvería a ser igual desde entonces. La juventud fue maravillosa mientras estuvo haciendo política, al viejito finalmente le dio el cuero para volver y refregárselo al mismísimo Lanusse y los otros jóvenes imberbes iban a seguir siendo indomables. Después de Perón, sobrevendría una larga noche. Una oscuridad repleta de horrores. Una tragedia que se fundió en el programa de desapariciones. El terrorismo de estado fue el último eslabón de una Argentina que tuvo las agallas necesarias para decir nunca Más 
 
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