DEPORTES Carlos Alberto Torino 30 de diciembre de 2022

Pelé ha muerto, pero ¿quién fue Pelé?

Murió Pelé. La biología lo hizo terrenal durante 82 años y, sacándose el egoísmo y los miedos a la parca, en este día la despedida a su humanidad debe ser un tributo, un agradecimiento a la vida que lo hizo estelar con el fútbol, el más popular de los deportes. Con Pelé, el fútbol -dicen los que saben- empezó a ser pasión de multitudes. O por lo menos, los aficionados supimos que el idioma de la tribuna era universal.

Pelé, mucho antes que la globalización fortaleciera a los “ricos y famosos”, paseó su arte por el mundo. Llenó los estadios más allá de su Brasil natal y futbolero. Paralizó las calles de París, pero también su presencia enfervorizó a varios países de África. Posó con políticos, artistas, intelectuales y músicos. Besaron su mano dos Papas y Nueva York cayó rendida a sus pies.
Pelé está en el podio de los grandes entre los grandes. Sucedió como mejor jugador del mundo a Alfredo Di Stéfano, pero le dio al trono el volumen que necesitaba. Pelé fue mundial y trascendió al deporte. Los pibes que asomábamos en los potreros setentistas sabíamos que el mejor era el que haya hecho algo distinto en la tarde del sábado. Se daba por sentado que el podio en la canchita lo ocuparía aquel que se animase a ser Pelé. O sea, a jugar diferente y que esa diferencia sea con jugadas espectaculares y sean con golazos. En los ‘60 y en los ‘70 se jugaba a ser Pelé. No había otra referencia. No hay otra referencia en este curioso deporte de equipo, donde el valor agregado lo otorga la actuación individual que permite desnivelar el juego a favor.
A Pelé le sucedió otro mejor, Maradona, pero justamente Maradona fue lo que fue porque tuvo en Pelé el espejo en el cual mirarse. No por nada y como predestinado que estaba a ocupar el sitial de rey – a esta hora sabemos que los demás son príncipes, a excepción de Messi- el Diego deseaba conocer a “O Rei”. El dueño de ese lugar, que lo usufructuaba cómodamente desde que con el Santos en los 60 ganó absolutamente todo y ya había obtenido tres mundiales, una marca aún hoy imbatible, lo esperó y fue su anfitrión en Río de Janeiro. Diego cargando sus inocentes rulos, aún con aroma a La Paternal, se dejó invitar por la mítica revista El Gráfico, que organizó un encuentro entre los reyes. Ya en los inicios de su retiro, Pelé le dijo sabiamente que nunca le hiciera caso a quienes le dijera que “sos el mejor. El día que te sientas el mejor dejarás de serlo”. Maradona salió convencido de la mansión en Copacabana y la rompió en el mundial juvenil de Tokio, en ese liminar año ‘79 donde su zurda no dejó de hacer magia hasta convertirse en un barrilete cósmico en 1986.
Maradona desde ese momento de altar mexicano fue el sucesor. México bien merece las gracias y las estatuas por los mundiales que legó a las deidades del fútbol. Porque con seguridad Di Stéfano fue lo mejor del fútbol en su época y Cruyff en la suya, aún Messi en este tiempo. Pero Pelé y, luego, Maradona, hicieron de ese epíteto: “mejor del mundo” un lugar para brillar como un verdadero embajador plenipotenciario, más allá del mero deporte. En el ‘86, el Diego se transformó en el mejor del mundo, aunque todo el “mundo fútbol” sabe que así pasen los años, el podio será compartido. Hay que recordar una vez más que el que tiene derecho para subirse allí, solo es Lionel Messi. Nadie más. 
A esta hora las patrias futboleras se debaten sobre el mejor y se escudan en quién vio a quién, los relatos, las imágenes en blanco y negro y las opiniones autorizadas de quienes jugaron y conocieron a Pelé, no dudan de lo superdotado que fue. La memoria y las imágenes coloreadas muestran a un habilidoso jugar como casi nadie. Solamente basta fijarse en esa forma de poseer y distribuir la pelota para testificar su condición grandiosa. 
¿Pero quién fue Pelé?
Pelé fue antes Edson Arantes do Nascimento, nacido un 23 de octubre de 1940 en Minas Gerais. Marcado por el mundial de 1950, cuando el niño Pelé tenía 9 años, el futuro rey pasó su infancia buscando revancha. No tan sólo por el “maracanazo” sino porque su padre vio truncada su carrera de futbolista con tan sólo 24 años. Había jugado en el Fluminense y en Mineiro. Dondinho -así se llamaba su progenitor- antes de esa lesión en su rodilla había sido contratado por un club de Bauru, una ciudad del estado de San Pablo. Allí Dico -tal era el sobrenombre de pequeño- jugaba con su pelota de trapo y se animaba a conformar equipos en el barrio. Eso lo llevó a probarse en las inferiores del Bauru, dirigidas por un ex mundialista, Waldemar do Brito, hombre fundamental en la historia de Pelé. Porque fue este entrenador, el que insistió para que Dico dejara la fábrica de zapatos donde trabajaba y se fuera a probar y perfeccionar al Santos F.C.
En esa gran ciudad portuaria, cercana a la megápolis en que se estaba convirtiendo San Pablo, ya no le decían ni Dico y mucho menos “gasolina” como cuando se empleó en una estación de servicio. El joven Edison, con tan solo cuarto grado, tenía ante sí un futuro que lo iba a alejar de buscar trabajo para mantenerse y, de paso, aportar a su pobre hogar. Empezaba a ser Pelé. Algunos dicen que ese apodo deriva de los retos de la madre que solo veía en su hijo un interés superior por el fútbol. “Si solo te dedicas a jugar a la pelota, vas a ser un pelé toda tu vida. Es decir, un don nadie, un pelele”, bramaba. Otros ponen origen al seudónimo en los descampados, donde jugaba el niño Edison con sus amigos de infancia en Bauru. Allí, a esos potreros le dicen “peladas”. No obstante, ese reto de madre pudo cumplirse, de no ser porque un cuidador del club lo vio a Pelé en la estación de gran con su valija, listo para volverse a casa. “¿Dónde va usted? ¿no tiene que entrenar”, le preguntó incrédulo el empleado del Santos F.C. Es que Edison ya había errado un penal muy importante en el seleccionado sub 16 de San Pablo, se había dado cuenta de que era demasiado flaco ya que eso atentaba para la alta competencia y su ex club del Bauru, enterado de la situación había hecho una oferta. Digamos que en esos andenes de resignación empezó a moldearse Pelé. Lo demás, fue historia y batir records y ser aclamando por todo el mundo.
Su profesionalismo comenzó a los 15 años en un partido contra el Corinthians donde hizo un gol y su primer partido oficial fue ante el Cubatao, también con un gol y ¿adivinen qué? Fue goleador y campeón en el primer torneo que disputó. No pasó mucho tiempo hasta que lo convocaron de la selección brasileña. El director técnico, Vicente Feola se convenció de su talento, luego de un torneo internacional en el Maracaná. En ese mismo estadio, debutó con la verde amarilla contra Argentina y un gol ante Amadeo Carrizo. Pelé solo creció. Física y futbolísticamente. Fue convocado para su primer mundial y, consiguientemente, su primer título. En Suecia ‘58, Pelé debutó ante la Rusia de la “Araña” Yashin, hizo sombreros, tacos y golazos. Fue figura en la semifinal y convirtió lo que hoy se conoce como “hat-trick” ante la mismísima Francia de Kopa y Fontaine. Con 17 años se coronaba campeón mundial con un mítico gol ante Suecia: hizo un sombrero y le dio de aire. Por ese campeonato -el único que un conjunto sudamericano ganó en Europa – la prestigiosa revista francesa L’Equipe le otorgó el título de “Rey de Fútbol”. Al volver al Brasil lo esperaba la primera opulencia: un auto VW, una casa y 22 mil dólares de prima. Empieza con los récords. En ese año de despegue marcó 58 goles en 38 partidos.
Con su seleccionado jugó en la Argentina, pero sin triunfos ni goles, pero con una batalla campal con Uruguay. Ya era Pelé y nadie sabía cómo iba a ser su prominente campaña. En 1961, un desaparecido diario Paulista -O Esporte- descubrió una placa en el Maracaná con la leyenda: “En esta cancha, Pelé marcó el gol más bonito de la historia. Fue un partido contra el Fluminense. Eludió a seis rivales y cuando salió el arquero tocó suavemente el balón. Ahí, un afamado relator carioca, emocionado, dijo que “este gol merece una placa” y fue placa nomás. En el mundial de Chile, en 1962, se retiró lesionado pero aun así se dio tiempo para su pasatiempo predilecto: el gol. Le hizo uno al arquero mexicano Antonio Carbajal, el único azteca en disputar cinco mundiales. Cuando no dio más, su puesto fue ocupado por un tal Garrincha, a la postre una de las figuras de ese campeonato.
Como una lógica, ganar la copa del mundo atraía un año espectacular. El 62 no fue la excepción. Obtuvo la Copa Libertadores de América y la Copa Intercontinental ante el Benfica de Eusebio. Al año siguiente, ganó la Libertadores en dos finales durísimas con Boca Juniors. 
En estos momentos de congoja, se destaca la anécdota de que Pelé se cambió el pantalón corto roto en plena cancha ante la vista de toda la bombonera. En realidad, el trámite fue muy áspero y más significativo, fue su cruce con otro emblema xeneize: Antonio Rattin, al que le luego le suplicó que lo trate bien. “Sin violencia, Rattin, sin violencia”, le dijo cuando ya conocía muy bien el método de marca del popular “rata”. Ese triunfo le hizo lugar en otra final intercontinental con el Milán de Trappatoni, Gianni Rivera y Cesare Maldini. El mundial de Inglaterra fue sin pena y sin gloria, que estaba reservado para cuatro años más tarde en el Azteca de México. En esos 60 inolvidables hasta en el África de guerra en Biafra, las armas dejaron de disparar por 48 horas para ver jugar a Pelé y como nunca se mostró fanático del “soccer” Robert Kennedy. Lo visitó en el vestuario en una de sus tantas giras y le regaló un dólar de oro. Todo concluyó con el triunfo del Mundial ‘70 y ganar la copa Jules Rimet para siempre. Como en Argentina, la dictadura militar brasileña usó la victoria políticamente. 
Ya no jugó en la selección y no acepto jugar el Mundial de Alemania en 1974. Ese año, se retiró del Santos y a los 35 años puso sus últimas gotas de talento en el fútbol norteamericano. Allí, inmortalizó al Cosmos de Nueva York, un club que nunca más se supo de su existencia. Fue solo un lugar para que lo habitara Pelé junto a otras glorias como Franz Beckenbauer, Giorgio Chinaglia y Carlos Alberto. En 1977, dijo basta y se retiró de la práctica activa ante 77 mil espectadores jugando contra su Santos F.C
Su gloria se bañó de condecoraciones que invitan a ver la a dimensión de su figura. Caballero de Honor del Imperio Británico, Ciudadano del Mundo de la ONU, embajador para la ecología de la Unesco son algunas de ellas. Pero la gloria de Edson Arantes do Nascimento se dio con sus pies y su destreza. Esa que surgieron de los potreros mineros y paulistas, que llevaron a que este ser humano llamado Pelé sea inmortal, sea memoria.

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