Gabriel Michi: "Si hubiera estado con José Luis Cabezas, también habría sido 'boleta'"
El 25 de enero se cumplen 25 años del crimen del reportero gráfico José Luis Cabezas en Pinamar. Junto a él, trabajaba Gabriel Michi, quien recuerda aquella última noche juntos, reconstruye cómo fue el asesinato, revela cómo colaboró en la búsqueda de justicia, y qué pasó con cada uno de los condenados y qué fue de la vida de los hijos del fotógrafo que ahora viven en España.
“Impunidad de Yabrán y de la policía bonaerense que sentía el poder de operar en la costa cometiendo cualquier tipo de delito -enfatiza ante Télam-. Sí, impunidad es la explicación ante tanta barbarie; pensaron que nunca se iba a llegar a los responsables gracias a la cadena de encubrimiento organizada antes del crimen. Esa impunidad también es la explicación ante los errores que cometieron y las huellas que dejaron los asesinos”.
-Sí, muchas veces lo pensé y todavía pienso. Cuando detuvieron a Gustavo Prellezo, quien había sido el segundo en jefe de la comisaría de Pinamar hasta unos meses antes y que fue el disparó dos veces contra José Luis, declaró en el juzgado de Dolores “se nos fue la mano”. ¿Y qué pasaba si lo encontraban a Cabezas con Michi?, le insistieron. “Los hacíamos boleta a los dos”, no dudó.
Yo me salvé de milagro porque Prellezo confirmó que si yo hubiera estado con José Luis también habría sido "boleta". Como cumplía años el domingo 26, habían venido a Pinamar unos amigos y le dije a José Luis que me iba a ir antes de la fiesta del empresario Oscar Andreani, un clásico de la temporada en la que nos encontrábamos todos los colegas que hacíamos temporada. José Luis se quedó y le dejé el auto -el Ford Fiesta- y Carlos Alfano, el fotógrafo de Para Ti, me acercó hasta mi hotel. Sí, el haberme ido por mi cumpleaños es lo que me salvó la vida porque luego se supo que el operativo tenía previsto acabar con todo el que se le cruzara.
-No tengo dudas de que Yabrán dio la orden, que fue el autor intelectual. A él le molestaba nuestro trabajo, le molestaba esa foto que José Luis le había hecho en el verano anterior. Durante todo el 96, Cabezas recibió amenazas en su casa.
Además, un mes antes del crimen, está comprobado que Yabrán se reunió en sus oficinas con Gustavo Prellezo, el policía que asesinó a José Luis. ¿Por qué un empresario con una fortuna de 4 mil millones de dólares recibía a un policía de poca monta? Yabrán le dijo que quería pasar un verano tranquilo sin la molestia de periodistas y fotógrafos. Y le pidió a Gregorio Ríos, su jefe de custodia, que coordine ese operativo con Prellezo.
Entonces sucedió algo de típico policía bonaerense corrupto: para quedarse con más plata, en lugar de contratar profesionales, Prellezo llevó a “Los Horneros” -Sergio González, José Luis Auge, Horacio Braga y Héctor Retana-, que a la postre fueron el eslabón débil de esta historia y que se terminó cortando.
-En realidad, más que enterarme como que la tuve que descubrir. Al despedimos en la fiesta de Andreani, quedamos que, al otro día, el 25 a las 2 de la tarde, me pasara a buscar para ir a una nota. Él era muy puntual y no apareció. Llamé a la casa me atendió la suegra, me dijo que José Luis no estaba. “Por favor dígale que me llame al celular”, le pedí ya que él no tenía celular, sólo un radiomensaje. Yo estaba con mis amigos que habían venido por mi cumpleaños y me llevaron a la casa de José Luis. Allí, la suegra me explicó que él no había vuelto desde que había salido, al atardecer, a la fiesta de Andreani.
Preocupado, empecé a llamar a colegas de otros medios y Eduardo Lerke, fotógrafo de Caras, me contó que lo vio salir de la fiesta poco después de las 5. Luego, llamé al hotel donde teníamos una oficina, y nada. Les pedí a mis amigos que me llevaran al hospital y en el camino, pasamos frente a la comisaría y vi que estaba el comisario Alberto Gómez -quien también sería condenado a reclusión perpetua por haber “liberado” la zona para que actuaran los asesinos- y bajé a preguntarle.
“Soy Gabriel Michi, de Noticias, comisario, ¿se acuerda de mí? Desde ayer no sabemos nada de mi compañero, el fotógrafo José Luis Cabezas”, le expresé. Me respondió que no sabía nada hasta que alguien le dio una información. Entonces Gómez me preguntó. “¿En qué auto se movía?” y le contesté que en un Ford Fiesta blanco. “Humm, esperá… Me parece que tengo una mala noticia para darte”, dijo con frialdad.
Entró al despacho, lo seguí y por handy habló con los policías que estaban en la cava. “Me parece que tenemos identificada a la víctima. Se trataría de José Luis Cabezas, el fotógrafo de Noticias”. Desesperado, le grité: “¿¡De qué víctima habla, Gómez!”. Y me respondió: “Apareció una persona muerta en un campo acá en General Madariaga. El cuerpo está totalmente calcinado… “
-Me llevaron a la cava y mis amigos nos seguían en su auto. Llegamos estaba el cintado policial a unos metros y les pregunté si habían encontrado una cámara fotográfica. Me respondieron que no, pero sí los restos de unos rollos, una bota, un reloj, las esposas -ahí me enteré de que lo habían esposado- y un manojo de llaves. Comparé la mía de la oficina con una de ellas, y era igual…
Les dije una forma de confirmar si era José Luis. Nuestro auto tenía un golpe en el guardabarros delantero derecho. Entonces me pidieron que bajara a la cava para ver el auto y me topé con una imagen que jamás voy a olvidar: todavía estaba en el interior lo que quedaba de José Luis, medio atravesado, saliendo por la puerta del lado del acompañante. Y también vi el guardabarros derecho abollado… Luego me llevaron hasta la oficina de la revista en el Hotel Victoria para verificar si la llave encontrada abría la puerta. Y la abrió. Fue ahí cuando me cayó la ficha de que José Luis había muerto. Como te había expresado, nadie vino a decirme qué había pasado, simplemente lo tuve que descubrir.
ASÍ LO MATARONEn su libro “Cabezas. Un periodista. Un crimen. Un país”, Gabriel Michi reconstruyó las últimas horas de José Luis. El sábado 25 de enero a la madrugada, el fotógrafo salió solo del cumpleaños en la casa del empresario Oscar Andreani en su Ford Fiesta, hacia el departamento donde vivía con su familia, en Rivadavia, entre Eneas y Shaw, en la zona comercial de Pinamar. Allí lo aguardaban sus asesinos.“Frente a la casa de José Luis había un descampado que les sirvió de guarida natural para esperar a su víctima. Estaban dentro del Fiat Uno de la esposa de Prellezo —la también policía Silvia Belawski— cuando lo vieron llegar".—¡Ahora! ¡Métanle caño y traigánmelo! —ordenó el oficial Gustavo Prellezo.Horacio Braga y Sergio González saltaron desde el auto y se abalanzaron con un arma sobre José Luis, quien había estacionado el Ford Fiesta —que había alquilado la revista y que normalmente estaba bajo mi custodia—, le apuntaron, lo golpearon y lo subieron al asiento de atrás de nuestro vehículo. En el otro auto, conducido por Prellezo, iban también los otros dos «Horneros», José Luis Auge y Miguel Retana.Eran alrededor de las 5:15 o 5:20 de la madrugada de ese 25 de enero cuando se produjo el secuestro. Allí lo llevaron, tirado en el asiento de atrás y amenazado todo el tiempo. Manejaba Braga y González le apuntaba. Los dos autos transitaron los 8 kilómetros que llegaban hasta el camino rural que conducía a la laguna Gran Salada y doblaron hacia la izquierda. En ese camino de tierra recorrieron otros 5 kilómetros, hasta que después de una bifurcación, tomaron hacia la derecha y llegaron al pozo infernal. Era una cava de 14 metros de largo, 7 metros de ancho y 2 de profundidad, que había quedado allí después de que el Municipio de General Madariaga extrajese tierra para nivelar ese camino rural.Del Fiat Uno, bajó Prellezo con decisión, hizo correr a los que estaban en el Ford Fiesta —estacionado frente a la cava—, y lo introdujo en la cava, con su frente dirigido hacia el paredón del fondo e hizo bajar a José Luis a los empujones. Le puso un par de esposas en las muñecas, asegurándolas a sus espaldas y lo hizo arrodillar con esa misma dirección del auto, al costado del lado del copiloto.Y allí se sintió el ruido seco y metálico del primer disparo. Y después, el segundo.Desde fuera de la cava miraban los cuatro «Horneros». Ellos dirán que fueron sorprendidos por la actitud asesina de Prellezo. Las dudas quedarán para siempre, embargadas en ese agujero sepulcral que se vistió de crimen y mentiras.Ya había claridad porque el sol comenzaba a asomar. Eran entre las 5:30 y las 5:50 de la mañana de ese desgarrador 25 de enero. Prellezo fue hasta su auto y bajó unos bidones con combustible. Le ordenó a Braga que lo acompañara y que rociara el cuerpo y el auto. Antes, el policía acomodó el cadáver de José Luis, cruzándolo en el asiento del acompañante, con sus piernas fuera del vehículo. Braga se resistió a cumplir con la orden, pero Prellezo era quien tenía el arma. Entonces, el "Hornero" empezó a derramar el combustible por todo el escenario macabro.“Ahora, prendelo”, fue la siguiente requisitoria. “Prendelo vos”, le respondió Braga. Y Prellezo volvió a exhibirle el arma asesina. Braga tomó el encendedor de su bolsillo y encendió una llama que se propagó por su mano, ya que le había caído algo de ese líquido inflamable en esa zona de su cuerpo. Puteó un poco y después intentó de nuevo. Y allí sí, todo se encendió.
"EL DÍA QUE CONOCÍ A JOSÉ LUIS"
Fue en la temporada 92/93, yo tenía 24 años y hacía muy poco tiempo que había entrado a la redacción de Noticias. Mi destino era Mar del Plata. Un día, haciendo una guardia periodística a Carlos Menem, entonces Presidente, empezamos a seguir la comitiva y después de dos horas detrás de ellos, llegamos a Pinamar, donde veraneaban Carlitos Jr, Zulemita y Zulema madre. Con los compañeros de Caras y Noticias que estaban allí armamos guardias rotativas frente a la casa.
Nos llegó la versión de que el Presidente iba a volar en helicóptero a Balcarce por lo que con uno de los fotógrafos al que recién conocía enfilamos hacia la tierra de Fangio para adelantarnos. Era José Luis. Finalmente Menem regresó a Olivos y nosotros, despacito, hacia Pinamar. José Luis me había dicho que él no quería manejar porque había tenido un accidente en la ruta y había perdido la confianza. Pero con la ruta casi vacía se animó.
De pronto se nubló todo, se desató un frío impresionante al punto que en pleno enero tuvimos que prender la calefacción. Hasta que sentimos un ruido seco y se astilló el parabrisas. Tuve que sacar la cabeza por la ventanilla para guiar a José Luis. Nos estacionamos en la banquina, quitamos los pedazos del parabrisas y seguimos con viento de frente, frío y encima empezó a llover.
Llegamos a Pinamar congelados, empapados y con una bronca bárbara. Él se la pasó insultando -al auto, al parabrisas, al frío, a Menem-; recién tiempo después descubrí al verdadero Cabezas, el tipo bromista y con un enorme buen humor con el que compartiría cuatro temporadas en Pinamar.
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